Desde la infancia, el fútbol se ha asociado con la libertad, la alegría sincera del movimiento y las búsquedas infinitas. Recuerdo como en los patios de nuestro barrio jugábamos sin posiciones ni reglas, sólo persiguiendo la pelota hasta que se ponía el sol. En aquel entonces, nadie pensaba en quién era el portero y quién el delantero: para todos nosotros lo más importante era simplemente estar en el campo. Pero más tarde quedó claro: para jugar mejor hay que saber cuál es el propio papel. Al principio, como la mayoría de los chicos, soñaba con ser delantero, porque marcar goles parecía ser la cumbre del arte del fútbol. Sentí que mi corazón latía más rápido a medida que me acercaba a la meta, y cada tiro exitoso me daba más confianza. Pero con el tiempo, durante el juego aparecieron nuevas sensaciones: me gustaba cada vez más retroceder, ayudar a los defensores, iniciar ataques y controlar el curso de los acontecimientos en el campo.
En un momento dado, llegó un punto de inflexión. En uno de los torneos, donde nuestro entrenador se vio obligado a experimentar con posiciones debido a las lesiones de sus compañeros, me pusieron en el centro del campo, en el mediocampo. Al principio me sentí incómodo: aquí no solo había que correr hacia adelante, sino también pensar en cómo construir un juego de equipo, mantener la comunicación entre líneas, hacer pases precisos y, en algunos puntos, sacrificar avances individuales, aunque dulces, por el bien del equipo. Este desafío me cautivó, de repente me di cuenta de que la mayor satisfacción que obtengo no es marcar goles, sino ayudar a crear oportunidades para otros, ver el campo desde un ángulo diferente y controlar el juego, incluso desde las sombras.
Fue en esta posición que me sentí como en casa en el campo. Ser centrocampista no es sólo una cuestión de resistencia física, sino también de entender el juego, de ver cómo todas las piezas del mosaico encajan en una única imagen. Comencé a entrenar aún más, a estudiar tácticas, a ver cómo jugaban los maestros del mediocampo… y con cada partido mi confianza crecía. Mi consejo para todos aquellos que buscan su lugar en el campo: no tengan miedo al cambio y a probarse en diferentes roles. Cuando encuentres la posición que más te convenga, lo sentirás desde dentro: el fútbol será aún más interesante y el juego será una verdadera alegría.