Estamos acostumbrados a ver a nuestros jugadores favoritos en la cima de la gloria incluso antes de que tengan tiempo de registrarse en la oficina de registro y alistamiento militar. Constantemente escuchamos sobre jóvenes talentos que están estableciendo récords a la edad de veinte años, y parece que la juventud es la única época para los logros deportivos. Sin embargo, lo cierto es que el camino del fútbol no es tan predecible como algunos quisieran. Cada uno tiene su propio ritmo y tiempo para alcanzar la grandeza. He hablado más de una vez con jugadores para quienes el verdadero despegue no comenzó a los veinte años, sino mucho más tarde. Lo admitieron: entre los 18 y los 22 años, se puso una cantidad increíble de esfuerzo, pero siempre faltaba algo. Algunas personas tienen experiencia, otras tienen sabiduría y confianza interior. Quizás incluso fue necesario pasar algún tiempo en el camino de la segunda sílaba, para sobrevivir a un trauma o para repensar las prioridades de la vida. Pero cuando llega ese momento único, alrededor de los treinta años, un jugador de fútbol ya no se limita a correr por el campo. Su perspectiva es diferente: madura, segura de sí misma, preparada no sólo para marcar o atajar, sino para crear el juego que la rodea. Es a esta edad cuando llegas a una comprensión especial de lo que vales y por qué aún conservas tus botas de fútbol.
A los treinta años, aquellos a quienes hace tiempo que querían “descartar” se convierten en líderes hacia los que se siente atraída la juventud. Su experiencia es todo un volumen de crónicas de pequeñas victorias y sonoros fracasos. Pero lo principal es que no tengan miedo a las derrotas, porque ya saben que la verdadera victoria nace sólo de ellos. Por eso estos jugadores se revelan no gracias a la iniciativa juvenil, sino gracias a la confianza en cada toque, en cada pase, en cada emoción en el campo. Esta no es una historia heroica de ascenso meteórico, sino una historia real de crecimiento y de perfeccionamiento del talento a través de largas temporadas de lucha y dudas. Y hay una belleza especial en esto: en el fútbol siempre hay lugar para un segundo aire, un carácter indomable y esa verdadera madurez que sólo llega con la edad. Y es gracias a estos jugadores que el fútbol no se cansa de inspirar a las nuevas generaciones, porque todos tienen derecho a su momento legendario, incluso si llega a los treinta años.