Los ejercicios funcionales son el corazón del proceso de entrenamiento moderno en el fútbol y, personalmente, siempre los he elegido cuando era necesario llevar al equipo al siguiente nivel. No hace mucho tiempo, alguien pensaba que solo se podía trabajar la técnica y la resistencia por separado: primero correr, luego golpear y solo después pasar. Pero la vida y la práctica en el campo lo han demostrado: un verdadero futbolista crece precisamente allí donde se combinan cargas funcionales, cuando cada ejercicio desarrolla varias habilidades diferentes a la vez.
Hablando de técnica, los ejercicios de control del balón funcionan perfectamente en las condiciones más intensas. Los simples “cuadrados” con varios jugadores, cuando el espacio es limitado y hay que tomar decisiones al instante, son un clásico que no se debe ignorar ni siquiera en equipos adultos. Aquí es donde se desarrolla la cultura del paso, la capacidad de “ver el campo” y la habilidad de mantener el ritmo incluso al borde de la fatiga. Otro de mis enfoques favoritos son las “estaciones”, donde los jugadores en cada zona del campo realizan diferentes tareas técnicas: regatear con un cambio rápido de dirección, pases cortos y largos, detener el balón bajo presión y disparar a portería después de aceleraciones bruscas. La combinación es la clave del progreso.
Respecto a la resistencia: los ejercicios funcionales son un gran sustituto de las monótonas vueltas alrededor del estadio. Por ejemplo, los partidos cronometrados a intervalos, donde los cuatro atacantes y defensores cambian los roles sin parar, no solo suponen una carga para la «física», sino que también obligan a la cabeza a trabajar en un estado de cansancio; esto es increíblemente valioso, porque justo al final del partido hay que tomar las decisiones correctas. Dinámicas cambiantes, sprints explosivos mezclados con pausas… y aquí ya no se puede hacer trampa, se ve quién mantiene realmente el ritmo.
Así es como, a través de la funcionalidad, los jugadores aprenden a no relajarse ni un momento, cogen su ola de juego y poco a poco llegan al nivel en el que incluso el partido más difícil se vuelve más fácil de lo que parecía antes. Éste es el verdadero secreto del fútbol moderno: desarrollarse de manera integral, no sólo corriendo o pateando la pelota, sino haciéndolo en condiciones lo más cercanas posibles a las del juego. Y quien entienda esta filosofía se convertirá sin duda en un verdadero jugador, que se hará sentir tanto por sus compañeros como por sus oponentes.